Buenas noches, me dijo con un breve susurro. Estaba detrás del cabecero de mi cama, donde solo hay dos dedos de espacio, y, a continuación, me tapó la boca.
Oprimió mi chillido. Nadie me oyó.
Me sorprendió el tacto frío de sus manos y seguidamente solo noté la sensación de aire. Aire fresco. Aire puro. Libertad.
Ese aire atravesaba literalmente mi garganta. Las uñas de gel parecían un sable. Primero hizo un corte vertical en mi piel, después deshilachó poco a poco el musculo (para que notara fibra a fibra el desprendimiento) para acabar desgarrando las cuerdas vocales y agujerear totalmente mi cuello.
Ni una gota de sangre. Ni una mancha.
Este no era el asombro más grande. La extrañeza fue que sólo había mis huellas. Las únicas huellas existentes en la habitación eran las mías. No había huellas en el cabecero. El cerrojo de la habitación no estaba forzado. Las cámaras sólo me delataban a mí.
Me convertí en mi propia asesina. El dolor no fue nada, el asombro máximo. Ese susurro fue el final. Ya no desperté de esa horrible pesadilla.
Àngela Querol March
Institut Montsià
*Conte premiat en la categoria de batxillerat i cicles formatius en el IX Concurs de microrelats de terror 2018, organitzat per la biblioteca de l'Institut Cristòfol Despuig.
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