8 de juny del 2015

El efecto de las palabras


Cuando Soumia Aboualla se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertida en un monstruoso insecto.

No podía creer lo que estaba viendo, un cuerpo enorme y unos tentáculos resbalando por su cuerpo. Como no podía aguantar la agonía de no saber que estaba pasándole, rompió a llorar.

Ante la confusión no sabia como reaccionar y sólo pensaba en como reaccionaría su marido cuando volviera de trabajar.

Un miedo que nunca había sentido recorría por todo su extraño cuerpo, cuando escuchó que la puerta de entrada se estaba abriendo, entonces se escondió rápidamente debajo de la cama y escuchaba como su marido la llamaba buscándola.

Mientras él la buscaba, ella debajo de la cama empezó a reflexionar que no podía estar escondida por mucho tiempo, ya que un día u otro él se enteraría. Por eso decidió con mucho coraje contarle lo que le pasó.

Camino con dificultad hacia donde se encontraba su esposo, y le sorprendió la reacción de él al verla, y es que no era de esperar que su marido se partiera de la risa y que le dijera que carnaval ya había pasado, que dejara de hacer tonterías.

Pero de repente a él se le acabaron las risas cuando observó que los tentáculos que le intentaban abrazar eran reales, sus manos rechazaron con crueldad al extraño bicho que un día fue su mujer de carne y hueso. Empezó a ofenderla, diciéndole que nunca podría estar con una cosa tan horrorosa y que en el fondo ella siempre había sido un bicho y que le daba asco.

Soumia se sintió humillada y atemorizada de que le hiciera daño y se encerró en la habitación. Encerrada entre cuatro paredes, empezó a mirar unas fotos, fotos en las que estaba ella con su cuerpo de antes. Entonces un anhelo profundo empezó a invadirla y lloró y lloró como nunca. Pensaba que si volvía a ser como antes su marido volvería a quererla.

Las palabras de rechazó de su marido se clavaron en su extraño corazón y cada una de esas palabras que iba recordando, tenían un efecto estremecedor sobre su cuerpo, ya que hacían que se le volviera cada vez más pequeño. Recordando y recordando, su cuerpo se alteraba hasta el punto en que disminuyó tanto que desapareció. En ese momento, lo único que quedaba de ella eran las lágrimas que dejó caer sobre sus fotos.


Soumia Aboualla

La famosa casa (Metamorfosis)



Al despertar Albert Forés una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrase en su cama convertido en un extraño reptil. Su cuerpo ahora era comprimido y aplanado, de piel rugosa y escarpada, tenía cuatro patas con cinco dedos, tres hacia fuera y dos hacia dentro. Los dedos adyacentes fusionados entre sí, desembocaban en unas pequeñas garras al final de éstos, negras como el carbón que permitían en ellas ver reflejada parte de la luminosidad del calor de la mañana, que entraba por una pequeña ventana entreabierta, donde los pájaros cantaban bajo la luz del sol.

-¿Es un sueño?- se preguntaba Albert Forés.
-¿Puede ser un sueño de esos que no se puede distinguir de la realidad?
-¿Estoy ya despierto?- se repetía continuamente.

De repente algo sucedió. ¡Albert Forés estaba cambiando de color!

-¿Qué me está pasando?- Albert, inquieto y confundido, perplejo, ante una realidad que ahora, invadía su mente...

Albert quiso levantarse de su cama, pero ahora no era una tarea fácil, él era un pequeño reptil y su cama quedaba un poco lejos del suelo.

Cuando por fin su cerebro, ahora jefe, preso en su nuevo cuerpo controló con una semejante rapidez la coordinación de sus cuatro patas, pudo ver que éstas de una forma admirable, a pesar de ser algo pegajosas y formadas a modo fe ventosas, le permitían bajar de la cama de forma espeluznante, ahora, Albert sin tener que realizar un esfuerzo exagerado, podía vencer las leyes de la gravedad. De modo que bajó de la cama por el hierro del somier éste ya con ciertos años, hasta llegar al suelo. Por desgracia Albert no tenía familia y apenas trabajaba. La vida de Albert no fue fácil después de la muerte de sus padres y su hermana de cinco meses, cuando él tan solo tenía diez años. Albert desde entonces se había convertido en una persona bohemia y despreocupada, con una alma solitaria y triste. Sus ganas de vivir solo llegaban a él de forma intermitente, ése era el poder que le transmitía esa hermosa niña, la vecina que tantas noches ocupaba su cabeza y a la que tantas veces imaginó pequeñas escenas junto a ella, pero con un poco de suerte tan solo sus miradas se cruzaban.

-¿Y ahora qué?- se preguntaba Albert.

Lo último que Albert quería en ese momento era perder el único motivo que le daba vida y felicidad. Albert decaído empezó a subir por la pared que daba a esa ventana entreabierta y decidió salir a la calle.

-¿Qué más puedo hacer?- repetíase una y otra vez.

Ahora su pequeño cuerpo se movía con movimientos lentos y pesados, por el césped de su pequeño jardín, dicho cuerpo sorprendentemente acogía cualquier color de cada elemento que pisaba. Albert durante el camino que emprendió hacia la casa de la vecina a diez minutos a pie de un humano, a él le costó todo un día. Ya eran las once de la noche cuando Albert por fin llegaba, cansado y sudoroso, hambriento y desolado. Albert ahora con sus últimos esfuerzos subió por la pared y llegó a la ventana, y allí estaba ella otra vez... Albert ya muy cansado se durmió...

La mañana siguiente Albert notó en su piel el calor de la mañana y los pájaros volvían a cantar a la luz del sol. Albert se encontraba otra vez en la habitación pero ¡ahora ya no era un reptil!

-¿Había sido un sueño? ¿Tenía todo esto un significado?

Albert ese mismo día se puso tan elegante como puede ponerse uno, compró un ramo de flores y reservó una mesa en el mejor restaurante de la ciudad, cerca de la playa.

Albert se dirigía una vez más a esa famosa casa.


Albert Forés 

La metamorfosis de Míriam


Cuando Miriam Rojo se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre el sofá del salón convertida en un pequeño animal. Estaba hecha una bolita sobre uno de los cojines donde se había quedado enganchada por culpa de los pinchos, y al intentar levantarse vio sus pequeñas patas y su larga nariz.

-¿Qué me ha ocurrido?-, pensó.

Su salón, un auténtico salón enorme, permanecía tranquilo entre las cuatro paredes conocidas y allí seguían sus dos estanterías llenas de libros, la mesa, la televisión y la mochila que se había preparado la noche anterior para la excursión que tenía prevista hacer junto a sus compañeros de clase.

Miriam intentó soltarse del cojín pero no lo consiguió y cayeron los dos al suelo, por suerte del golpe consiguió librarse y se fue al baño a mirarse al espejo para ver que había pasado.

Mientras observaba lo ocurrido escuchó una vibración que venía desde la mesilla de su habitación. Tras mucho esfuerzo llegó delante de algo enorme, era un gigantesco teléfono móvil. Miriam buscó el botón de desbloqueo y vio que eran sus compañeros de clase. Estaban todos muy preocupados: ellos también se habían convertido en animales. Las imágenes de reptiles, mamíferos y pájaros no paraban de llegar, así que la pequeña erizo decidió darle al icono de la cámara y se hizo un “selfie” para enviarlo también.

Tras estar todos hablando durante un buen rato decidieron que irían igualmente de excursión al Delta ya que estaba todo pagado.

Llegó medio zoológico en medio de los arrozales, se pusieron a correr por tantos y tantos kilómetros de paisaje hasta que Miriam se encontró un ser extraño. Era una marciana muy coqueta, sentada en medio de la nada y en sus manos tenía un libro muy gordo, el Quijote. Vinieron todos y estuvieron horas y horas hasta que tuvieron hambre, escuchando muchas aventuras y locuras de este hombre.
Se fueron a comer al arrozal de delante la barraca donde pasarían la noche y con la tripa bien llena de granos de arroz se echaron todos una siestecita.

Una luz anaranjada que entraba por la pequeña ventana los despertó, se había formado una bonita puesta de sol, una puesta de sol mágica. Volvían a ser todos humanos. Se fueron levantando y salieron de la barraca para ver aquel espectáculo de la naturaleza. A lo lejos vieron como se alejaban un grupo de animales y Miriam vio a su lado un simpático erizo.


Míriam Rojo

La metamorfosis


Una mañana, tras un sueño intranquilo, Micaela Torres se despertó convertido en un ser que siempre había detestado. Tenía tentáculos y una gran concha que no le permitía ir muy rápido, no controlaba sus movimientos, ya que una asquerosa substancia cubría todo su “cuerpo” y la hacía resbalar.

Con mucho dificultad bajó de la cama y fue en dirección de su tocador donde había un enorme espejo de estilo barroco. Se quedó frente a él analizando su nuevo físico, por mucho que lo mirara no entendía como había sucedido semejante transformación.

Pasaron pocos minutos y escuchó la puerta. Su compañera de piso había llegado de trabajar. Pensó que estaba salvada pero luego se dio cuenta que no la reconocería, no obstante eso no era lo que más le preocupaba si no que, la reconociera.
Decidió esconderse detrás de unos vinilos que tenía en la estantería, pero cuando vio la caratula del disco de Diamond Dog de Bowie empezó a deprimirse, ya que aparecía el cantante con cuerpo de perro y ella, ya no quería ver más transformaciones.

Micaela era una persona que no conciliaba el sueño si no estaba todo oscuro, por ese motivo siempre cerraba la puerta. Ésta fue un gran obstáculo, en el momento que ella ya no era físicamente ella, pero consiguió deslizarse por debajo de la puerta. Pensó que la substancia era asquerosa pero útil.

Poco a poco, su nuevo físico no le permitía ir a otra velocidad, llegó a la habitación de su compañera. No se había preparado una explicación para ella puesto que no la tenía. Sin embargo entabló la conversación con mucha normalidad:

-¡Hola!- dijo Micaela.
-¿Hola?- preguntó la compañera.
-¡Ehhh! Aquí abajo– replicó Micaela.

La compañera de piso bajó la mirada. No daba crédito a lo que estaba viendo y se desmayó. Tardó unos minutos en reponerse, cuando volvió a mirar a Micaela su cara lo decía todo era como la de Macaulay Culkin en la película de Solo en casa. Respiró hondo y al final preguntó:

-¿Qué te ha pasado?
-No sé... me he levantado así...- dijo Micaela y rompió a llorar.
-Tranquila encontraremos una solución– afirmó la compañera que parecía que entendía sobre el asunto.
-¿Me lo prometes?- dudó Micaela.
-Te lo prometo– aclaró la compañera.
-Gracias– finalizó Micaela y sonrió.

La compañera nunca había visto un bicho sonreír y no le gustó, en ese momento pensó que la sonrisa del Joker tampoco era tan fea.

Micaela se tranquilizó y se alegró de tener una buena compañera de piso. Optó por volver a la cama.

-Tal vez tenga que volver a la cama para volver a ser yo– dijo entre dientes.

Cerró los ojos y se quedó dormida. Tuvo que despertarse al poco tiempo porque le costaba respirar. No veía nada. No entendía que pasaba en ese momento. Gritó el nombre de su compañera, pero nada.

Finalmente, se dio cuenta que estaba en la basura. Su compañera la cual le había prometido ayudarla no lo hizo.

Decepcionada, Micaela se dejó llevar por la multitud de basura que la rodeaban, abandonándose en cuerpo y alma y dejando de creer en la raza humana.


Micaela Torres