Querido Lucien,
Te escribo escondido entre los arbustos, con el manto de la oscuridad envolviendo mi febril cuerpo y protegiéndome de los gritos del clan del que huyo desde hace horas.
No te preguntes por qué me persiguen estos seres salvajes y a la vez elegantes, sino cómo se han convertido en estos depredadores que rezuman maldad por todos sus poros, que aúllan cada vez que ven mi fugaz sombra, que gruñen y protestan quejándose de hambre. He visto sus bocas, y te aseguro, Lucien, que no eran humanas. La escarlata caía entre sus colmillos, tiñendo sus blanquísimas barbillas del fuego que han encendido para celebrar su persecución anual, del atardecer que he presenciado antes de ver el hambre correr por el bosque, y de las bayas ponzoñosas que están junto a mí. Si no conociera su origen, te diría que sus caras son hermosas, puesto que parecen la obra de un artista que ha lanzado gotas de color que han acabado inocentemente en sus bocas.
Les he visto desgarrar las pieles de dos ingenuos chicos que se han topado con ellos. ¡Ay, insensatos efebos, que desconocían los peligros de estos parajes malditos! Paseaban tranquilamente por los senderos, cuando los salvajes han agarrado sus cuerpos con unas finísimas manos aún limpias y los han despellejado en cuestión de pocos minutos. ¡Cuán injusta ha sido la naturaleza con esos pobres muchachos, que solamente deseaban ver las plantas crecer, y cuán desafortunado he sido yo, que he tenido que ver la escena de lejos, en lugar de ser la víctima de este atroz crimen.
Después de esa matanza, han desaparecido por momentos. Respiraba tranquilo sabiendo que no habría más víctimas inocentes, pero entonces he visto dos niños jugando cerca de los sepulcros, y he sabido que el crimen contra la bondad humana volvería a arremeter. Así ha sido. ¡Por Dios, no quiero entrar en detalles, necesito olvidar todo lo que he visto! ¡Ha sido terrible, Lucien, terrible! ¡Esos pobres niños que aún no conocían la perfidia, que aún no se habían percatado del mal que acecha el mundo, que aún no habían oído las leyendas de los seres malignos que desaparecieron hace tantísimos años, se han tropezado con ellos y les han visto los rostros! Los ojos del mal han mirado fijamente la niñez, y ella, indefensa, ha sido incapaz de actuar. Quiero olvidar la visión de sus uñas arañando las tiernas tripas de esos dos niños, que tiritaban de frío y de horror apoyados en los sepulcros. Estoy seguro de que los cuerpos de los muertos que descansaban en paz se han sacudido de horror de la misma manera que yo me he horripilado ante la escena.
Sé que soy el siguiente que verá la muerte. Han visto mi sombra correr entre los senderos, han visto mi gabardina negra confundirse entre las tinieblas que ellos han sembrado, pero no han visto en mi rostro el vacío que produce sentir explotar el cosmos en el cuerpo. No han visto en mi rostro el pavor que produce percatarse de las sombras que aguardan día y noche para devorar felicidad e ilusión. No han visto en mi rostro la pesadumbre que produce caminar sumido en una soledad absoluta a través de campos de agua, de mares de nieve y de desiertos humeantes.
Sea de tristeza o por arañazos de seres salvajes, sé que hoy muero aquí. Así pues, me despido de ti, querido amigo. Que la luz del astro rey te acompañe tantos años como sea posible.
Isidore
Marina Jaime Ariño
Institut Roquetes, Roquetes.
*Conte premiat en la categoria de batxillerat i cicles formatius en el VII Concurs de microrelats de terror 2016, organitzat per la biblioteca amb el suport dels departaments de Català, Castellà i Llengües estrangeres de l'Institut Cristòfol Despuig.
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