Las poderosas raíces del Gran Pino hacían que éste fuese majestuoso y reluciente. Cuando llovía, se veía aún mejor.
Aun así, hubo una época en que, después de lluvias torrenciales que habían destruido parte de la flora del bosque, se hizo la sequía. El Gran Pino no padeció mucho de agua porque sus raíces podían llegar hasta la que se encontraba más escondida. Sin embargo, las setas no tenían esa comida, y un día, le pidieron al Pino que les trajera un poco de agua. Inmediatamente éste se rio a carcajadas. “Serán miserables. Pedirme comida a mí, al Gran Pino”, pensaba desde las alturas. Y con esto, las setas se pusieron enfermas.
Al tiempo, empezó a llover de nuevo, pero el Gran Pino se empezó a poner malo. Sus hojas verdes pasaron a ser amarillas. Eran sus raíces: ya no podían coger comida de la tierra. Avergonzado, tuvo que pedir ayuda a las setas. Pensó que se reirían, como él les hizo a ella, pero no fue así.
Las setas, con su mejor sonrisa, le proporcionaron comida. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que su ego no le servía de nada, porque en el bosque, todos eran necesarios.
Maria Subirats Múria
Premi de la categoria de 3r d'ESO en el concurs de microrelats en homenatge a Monterroso.
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