21 de desembre del 2011
Dementium
Casi sin tocar las escaleras, más bien rozándolas, caí de nuevo. Volví a levantarme rápidamente aunque eso solo provocó una quinta caída. Recuperé el equilibrio y me adentré en la gran sala cerrando la puerta metálica indestructible.
Una sala, mejor un laberinto. Un laberinto lleno de pasillos pero a la vez con muchas habitaciones dentro, todo estaba lleno de sangre. En algunas partes no había ni una sola gota pero lo que más me intrigaba en ese momento era el olor, el fuerte olor a sangre, a muertos, cadáveres, no me molaba eso... pero no, no podía, no podía oler nada.
Ya no escuchaba ningún ruido. Seguía en la entrada de la gran sala oscura sin olores ni nada a lo que recurrir. El monstruo bicho medio humano ya no daba golpes a la puerta y empecé a pensar.
¿Cómo podía salir de allí? Deseaba estar en casa con mi chico relajada en el sofá, sentir y oír su dulce voz en mi oreja con susurros, mariposas en el estómago, calor con su piel, amor con su mirada y...
Un ruido que me paralizó borró mis pensamientos por el momento. Una puerta metálica. Hacía el mismo ruido que la otra, ese chillido al contactar con el suelo y ese “pam” al cerrar la puerta. Alguien había entrado en la gran sala y venía hacia mi... pude verlo a lo lejos del pasillo, era él, una sombra roja como una serpiente. No sabía qué era muy bien eso, pero podía suponerlo, ya que no quería mirarle solo podía correr y correr y correr...
Dejé de mirarle y como ya dije, corrí, tanto como pude en otra dirección, en otro pasillo más del laberinto lleno de habitaciones. A saber a dónde me llevaría ese trozo de pared.
No me alegró mucho ver al final de mi pasillo una habitación. Era... como un lavabo pequeño con solo el váter y con un simple grifo. Pero no, eso no era un lavabo, era una habitación sin nada. Entré en ella. La sombra me seguía, estaba acabada.
La puerta no era metálica esta vez, era de madera. Llorando me dejé caer en el suelo y me apegué a la pared más lejana de la puerta, aunque solo habían unos centímetros de distancia.
Alguien empujaba la puerta con mucha fuerza. Tuve que poner mi espalda contra la puerta y los pies pegados en la pared más lejana, haciendo fuerza para que la sombra no se apoderase de mí. No pude, no pude aguantar más la puerta y la sombra me ganó. Una cosa roja iba a tirarse encima de mí, una capa roja... grité.
Me desperté, no fue el típico despertador como en las películas, sino la simple pesadilla, el miedo, el susto de morir. No siempre tenía la misma pesadilla, a veces tenía sueños bonitos. Aunque mis sueños sean bonitos o oscuros, siempre han sido raros, con algo que cuando despierto no entiendo.
Àngela Cartil Benaiges
* Conte premiat en el II Concurs de contes breus 2011, organitzat per la biblioteca i els departaments de Català, Castellà i Llengües estrangeres de l'Institut Cristòfol Despuig.
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