El almendro del jardín ya estaba seco, llegaba el frío, y con él, el invierno.
Margarita se tomaba los inviernos como algo muy personal. A veces le gustaban a veces no. Margarita, una mujer, sencilla, sobria, clara, su personalidad recordaba un poco a la estética realista, por poner un ejemplo.
Se pasaba las tardes vigilando por la ventana, aunque nunca cotilleaba con los vecinos. En su pequeña ciudad era difícil que nevase, pero hacía mucho frío.
Margarita observaba desde el cristal el almendro.
Era lunes, era ya el final de la tarde, apagó el televisor, sólo le hacía compañía, nunca lo miraba.
Salió al jardín, fue directa al almendro y lo observó: estaba seco, como ella aquel día, sin ganas de vivir.
Más tarde volvió a entrar en casa, actuaba con mucha superficialidad, de hecho era superficial, por eso no ponía mantequilla en las tostadas. Se volvió a sentar en el sofá y encendió otra vez el televisor mirando el reloj de pared. Ella nunca miraba el televisor, sólo lo obserbava.
Dejándoselo encendido, se levantó en silencio y se fue a la cocina, salió con un plátano, se sentó y se lo comió, su casa era indiscreptible, era muy fea.
Margarita actuaba siempre en silencio, ella era así.
Cuando la noche empezaba a reinar, se asomó por la ventana a darle las buenas noches al almendro. Era ya tarde, aquella noche se acostó y a la mañana siguiente ya no se levantó.
Al almendro le había caído la última hoja.
Xavier Lluís Chavarria
de l'Institut de l'Ebre, de la categoria Alumnat de batxillerat, en castellà.
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