Te diría cómo me llamo, pero no quiero, para que después no me busques, aunque sé que no me encontrarás. Tengo un secreto. Una receta muy especial, con unos ingredientes particulares también secretos.
Vive una persona en mi calle, a la cual sigo a la escuela cada día de escondidas. Es una persona que siempre tiene una sonrisa para toda la gente que se cruza con él. Me gustaría que esa sonrisa solo brillara para mí. Que solo brillara en mis ojos. Haría lo que fuese por esa sonrisa.
De camino a la escuela recojo todos los ingredientes para mi receta. Al volver, paseo por el bosque frío y muerto. Las ramas estiran sus dedos deformes intentando agarrarme, como si quisieran absorber mi carne roja y mis brazos huesudos. En las raíces de un árbol muerto, veo una muñeca sucia y vieja que sostiene una tarjeta puntiaguda. En ella aún se pueden leer las palabras: “Te espero en el bosque”.
Siguiendo las indicaciones de la tarjeta, llego al bosque. Ahí veo a esa persona. La llamo, es mi oportunidad. Solo con ver mi rostro, huye. Corre sin aliento, sin mirar atrás. Le grito. Él no quiere escucharme. Lanzo una piedra con todas mis fuerzas y consigo detenerle.
Acostado al suelo no se mueve, no habla. Su rostro nublado mira desenfocado el cielo gris y polvoriento. Aprovechando ese momento, preparo mi receta. Es una receta hecha con los deseos de poder obtener esa sonrisa dulce, con los latidos de mi corazón al poder verle respirar el aroma cálido que lleva consigo el viento, el sentimiento que intenta escapar desesperadamente de los barrotes que se ocultan detrás de una capa de nervios.
Él no escucha lo que le confieso, no habla, no siente, no piensa. Con la tristeza quemando mi corazón partido, abandono mis palabras al viento deseando que desaparezcan. Corro con mis dudas y mi odio en las manos. A cada paso que doy, me doy cuenta de que todo es culpa del cruel engaño en que me hizo caer aquella desechable muñeca vieja.
Una voz irrumpe en mis pensamientos. Es una voz amarga y cansada que rodea mis pensamientos ahora teñidos de odio. Habla sin parar, echándome la culpa de todo lo sucedido. La cara me arde, los ojos me lloran, mis brazos se agrietan y mi rostro se consume por la tristeza de esta profunda y dolorosa historia, que aún perdura en los retazos de mi memoria.
Rosa Fornós Nivera
Institut Cristòfol Despuig, Tortosa
*Conte premiat en la categoria de secundària en el X Concurs de microrelats de terror 2019, organitzat per la biblioteca de l'Institut Cristòfol Despuig.
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