Estaba caminando por las calles desoladas y oscuras del pueblo. Iba escuchando música con los auriculares cuando oí un llanto de bebé en el callejón. Insegura fui acercándome hacia la voz y detrás de un contenedor había una pequeña personita envuelta con una manta, pero cuando fui a cogerlo, noté que alguien ponía un pañuelo en mi cara y de repente me entró el sueño hasta que fui cediendo y no noté nada más.
Desperté con la boca seca y un dolor de cabeza impresionante. No reconocí la habitación, pero por la poca luz que había vi que era negra y con un escritorio al lado de una ventana cerrada para que no se viera nada.
Me levanté recordando cómo había llegado aquí y cuando iba a abrir la puerta alguien se me adelantó empujándome lejos. Pude ver a un hombre sombrío, de apariencia joven, entrar junto a una niña que debía rondar los ocho años. La niña tiró de la manga del joven y le dijo algo en un susurro que sólo él pudo escuchar. Él se dirigió hacia mí y me hizo sentarme en la cama que no era para nada cómoda. Ya pensaba que me haría lo peor, por eso, cerré los ojos y puse mi cabeza entre las rodillas hasta que sentí unos pasos y un portazo indicándome que alguien había salido.
Abrí los ojos y vi que la niña que había entrado estaba sentada en la silla del escritorio mirándome con una sonrisa en su carita. Le devolví la sonrisa y le pregunté si estaba bien. Ella sólo asintió con la cabeza y me hizo un gesto para que me acercara. Así lo hice y cuando estuve lo suficientemente cerca vi que tenía una marca en la mano. Pobrecita, seguramente ese hombre desalmado le había hecho eso con algo puntiagudo, pensé. Le cogí la mano y ella me miró para luego subirse a mis brazos. La abracé lo más fuerte que pude y me dirigí a la cama para sentarme y que no me cayera al suelo. Una vez allí, la acosté en la cama y le toqué su cabecita hasta que se quedó dormida y decidí que yo haría lo mismo, pero cuando ya estaba a punto de dormirme, la puerta se abrió dejándome ver al mismo chico que antes con un vaso de agua y un plato de sopa. Se acercó a mí y me lo tendió para que lo cogiera. Después se sentó en el mismo sitio que minutos antes estaba la niña. Lo miré con cara desafiante y le pregunté qué quería de mí. Él, sólo se rio y me dijo que se estaría aquí sentado hasta que me comiera toda la comida. Le dije que la niña también debía comer y sólo me respondió que comiera y que ella ya lo había hecho. Asentí no muy convencida y me comí todo el plato de sopa.
Una vez terminado todo, el chico se acercó y me retiró el plato y el vaso, se dirigió hacia la puerta y antes de cerrarla para irse me dio una mirada de compasión. ¿Por qué me miraba con compasión ahora? Seguramente le daba demasiada pena.
Me volví a acostar al lado de la niña y ahora sí, pude dormir. Un movimiento a mi lado hizo que me despertara. La luz de la habitación seguía siendo tenue, pero la diferencia era que ahora la niña estaba en el suelo escribiendo en una pequeña libreta negra. Cuando notó que la estaba mirando cerró rápidamente la libreta y me miró con carita angelical. Se acercó a mí y me dio un abrazo. Luego sin separarse me dijo, ya ha llegado la hora. Le iba a preguntar de qué hablaba, pero noté que me mordía el cuello. Ahogué un grito desgarrador cuándo vi que me tiraba en el suelo con una fuerza sobrenatural y tenía la cara ensangrentada, la sangre que salía de mi cuello. Se rio cómo una desquiciada y vi unos colmillos largos sobresalir de su pequeña boca. Volvió a atacar mi cuello y lo último que vi fue al joven con unos colmillos saliendo de su boca y con ojos de tristeza mirándome.
Antes de que me dejasen de zumbar los oídos para no notar nada más, oí la angelical voz de la niña:
—Vladimir, ya puedes ir buscando a otra. Esta ya está muerta y no me sirve.
Betlem Espuny Cuadrad
Institut de l’Ebre, Tortosa
*Conte premiat en la categoria de batxillerat i cicles formatius en el X Concurs de microrelats de terror 2019, organitzat per la biblioteca de l'Institut Cristòfol Despuig.
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