21 de desembre del 2021

Expiación



Había ojos por todos lados. Ojos negros, tanto de iris como de pupila. Habían aparecido por las paredes, por el techo y por el suelo y me miraban. Asustado, me levanté de la cama y abrí la luz de la habitación. Todos los ojos se cerraron por el repentino resplandecer y quedaron camuflados, como si nunca hubiesen existido. Yo temblaba. Quería salir corriendo e ir a pedir ayuda a mi mamá, pero mis piernas no respondían. Quería gritar, pero mi voz no salía. 

Cuando recuperé la movilidad me dirigí hacia la puerta, pero Mía se interpuso en mi camino.

—No lo hagas— me dijo.

—¿Por qué?— pregunté desesperado.

Pero en lugar de responderme, Mía apagó la luz. La habitación no quedó completamente a oscuras, pues entraba una tenue luz por la ventana abierta.

—¡Mía! ¿Pero qué haces? ¡Abre la luz!— grité entre el pánico.

Ante el ruido y el movimiento, Maya, la pequeña perrita que dormía a mis pies, se levantó de la cama y se dirigió hacia mí. Los ojos, otra vez abiertos, otra vez atormentando, la tenían en su punto de mira. Apareció, entonces, una gran boca en el suelo, que alargó la lengua como un látigo hasta atrapar la perrita que agonizaba y la devoró sin piedad, provocando, entre mordisco y mordisco, un ruido extremadamente desagradable que perforaba mi cráneo y se metía de lleno en mi cerebro. Los dientes resplandecían como cuchillas bajo la tenue luz, cubiertos de sangre y pelo, esperando a su próxima presa. Que sabía, sin duda, que iba a ser yo.

—¡Déjame salir, Mía! ¡Por favor, déjame salir!— le supliqué—¡Siento mucho aquello! ¡De verdad que lo siento mucho! ¡Por favor, tienes que ayudarme!

Y como más gritaba más lloraba. Aunque desde un principio sabía que Mía no iba a ayudarme. Y tenía todo el derecho a no hacerlo.

La chica me abrazó.

—No te preocupes, Liam—me susurró— Te perdono.

Y con esas palabras cesaron mis llantos. Al fin, al fin Mía me perdonaba. Por primera vez en mucho tiempo me sentí ligero. Y tan, tan feliz... Lo siguiente, fue todo negro. El aliento del monstruo de los ojos me envolvió. Y sus dientes, como una guadaña, me llevaron al infierno.

En medio de todo ese negro, recordé. Me vino a la mente esos veranos de mi infancia, cuando jugaba con Mía todo el día, sin importarme nada más. Ella llevaba ese vestido blanco, el que tenía topitos rojos y un lazo en la cintura. Era su favorito. Íbamos camino hacia nuestro escondite secreto, caminando por el lado de esa carretera del final del pueblo que nuestros padres nos habían dicho que no podíamos cruzar. Y hablando y riendo, yo miraba los coches pasar a toda velocidad por nuestro lado, y me preguntaba ¿qué pasaría?, ¿qué ruido haría?, ¿cómo me sentiría? La curiosidad continuaba creciendo y creciendo en mi interior hasta que, antes de darme cuenta, empujé a Mía hacia la carretera y el camión no fue a tiempo de frenar. Desde ese día, Mía me seguía a todos lados y me miraba, culpándome por lo sucedido. Y, finalmente, ahora que los ojos, que la culpa, se ha llevado también mi vida, por fin podré descansar a su lado, como tanto, tanto había deseado.



Júlia Añó Brot

Institut Dertosa, Tortosa


*Conte premiat en la categoria de batxillerat i cicle formatius en el XII Concurs de microrelats de terror 2021, organitzat per la biblioteca de l'Institut Cristòfol Despuig.