8 de març del 2010

Luna



Nueve y veinte de la noche. Nací. Débil físicamente, triste peso. Ella me entregó a los brazos de mi padre. Plácido, dulce y blanco rostro. Ojos negros que en un futuro serían de un profundo y misterioso azul. Envuelta en una toalla, él me aguantó. No sabía muy bien cómo hacerlo, no sabía cómo sostener aquel diminuto ser que acababa de nacer, que era suyo. Fruto de su amor, que siempre iba a querer. Miró por la ventana, había luna llena, blanca, perfectamente redonda. Pronunció esas palabras que iban a determinar mi nombre: “Luna, hija de las estrellas”. A partir de entonces decidieron llamarme así, como ese gran astro que iluminaba las noches y que acompañaba las estrellas en su soledad.

Lu