6 de maig del 2020

La niña que quería volar como las mariposas





















Tania estaba tumbada en la cama, mirando al techo. Se fijaba en el estampado de las flores y en las mariposas de alas naranjas del techo de su habitación.

Ella era una chica curiosa, un poco tímida e incluso impulsiva, pero sobre todo era obsesiva. Ahora, con la cara ladeada hacia la ventana, se fijaba en el horizonte, miraba al cielo, pero esta vez no se pudo concentrar porque dentro de su cabeza había una voz que no paraba de chillarle y de gritarle. A Tania le diagnosticaron hace poco tiempo un trastorno psicológico. Dentro de su cabeza había algo, una voz, un timbre, a veces un terremoto, que sonaba, gritaba o temblaba cada vez que le pasaba por la cabeza un pensamiento. Ese pensamiento era para Tania una pesadilla, era la muerte de su padre.

Su padre, policía de la brigada número 102 de Barcelona, murió delante de ella. Tania y su padre iban camino a casa. Su padre fue a recoger a su hija al instituto con el coche de policía. Lo primero que le dijo su padre era la broma de cada día:

—Sube detrás ladrona, y agacha la cabeza, y no me pises la alfombrilla.

Tania rió.

Mientras ivan de camino a casa a Tania se le ocurrió un buen plan:

—Papa.
—¿Sí, cariño?
—¿Podríamos ir a comer al restaurante ése donde os hacen descuento a los polis?

El padre se quedó mirando hacia delante, se paró en el semáforo en rojo y dijo:

—Así que la niña ladrona quiere ir al restaurante de la estación de autobuses...
—¡Sí, agente!
—De acuerdo, pero tendré que ir al banco, solo me quedan unos 10 euros.

Decidieron ir a comer al restaurante que estaba junto a la estación de autobuses, pero antes tenían que pasar por el banco. Fue la peor decisión y la última de su vida.

Dentro del banco, su padre se paró delante de la cola para sacar el dinero. Cuando faltaban solo dos para su turno, un hombre con unas gafas de sol, entró por la puerta.

Al padre de Tania no le pareció sospechoso, pero en el momento que se paró frente de un asesor financiero, que estaba sentado delante de su ordenador contado billetes, sacó del bolsillo un revólver calibre 38 y gritó:

—¡Dame el dinero o te disparo!!

Solo con ver la pistola, el padre de Tania se abalanzó sobre el atracador, pero el ladrón apretó el gatillo tres veces. El padre de Tania murió.

Tania se levantó de la cama, no se dio cuenta pero una lágrima le resbalaba de la mejilla. A veces le pasaba, lloraba al rememorar ese momento. Fue directa al comedor a ver la tele, a ver si se podía concentrar en algo. Pero no. Inútil. La sangre le empezó a hervir, se estaba enfadando. Era día a día, era como tener dentro de su cabeza una puerta, sonaba el timbre, una y otra vez, cada vez más y más fuerte, y ella abría pero detrás la puerta no había nadie.

Tania se sentía muy culpable, ella se decía a sí misma que por su culpa su padre murió, ya que fue ella la que le pidió ir a comer al restaurante. Y ahora era tarde para disculparse.

Eso cambió el día que su padre se presentó.

Fue de noche, cuando su madre dormía, Tania no podía dormir, le costaba desde ese día. Siempre se fijaba en las mariposas. Ella pensaba que las mariposas son libres y Tania deseaba sentirse libre como las mariposas. Estaba dentro de una prisión invisible, una prisión hecha de dolor.

Esa misma noche, le pareció oír que alguien caminaba por el pasillo. Cada vez los pasos se iban acercando. De repente, alguien abrió la puerta, pero lo hizo poco a poco, con cariño, como si quisiera entrar sin hacer ruído.

Era su padre, aún iba con el traje, con el que lo enterraron, y sólo tenía algo de diferente, como si una aura azul lo envolviera.

Tania se frotó los ojos, no daba crédito a lo que veía, pero ahí estaba.

A Tania no le salieron palabras de la boca, pero sí lágrimas por los ojos. Se quedó paralizada y de pronto su padre habló:

—Cariño..., sé que tus peores miedos están haciéndote daño, pero lo que pasó no fue culpa tuya, no llores.

Su padre se acercó e hizo como si le quitara las lágrimas de la cara, pero Tania no sintió nada. Después se arrodilló y le dio un beso en la frente, tampoco lo sintió.

Su padre se levantó y se marchó. Tania no sabía qué sentía: ¿Alegría? ¿Tristeza?

Pero no fue un sentimiento, lo que sintió, fue como si una paz interior la abrazara, como si la puerta de la celda se abriera, como si el timbre que no paraba de oírse se callara, como si el terremoto parase o como si la voz que no paraba de chillarle se silenciara.

Tania ahora se sentía como si pudiera volar, como si fuera una mariposa.



Adrià Castelló Martí

Premi del X Concurs de relats breus 2020, en la categoria de 3r d’ESO en castellà.

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