16 de gener del 2021

El terror de una noche


Todo empezó un 31 de octubre en Transilvania en una casa a las afueras de la ciudad. Había una casa no habitada desde hacía unos mil años que estaba a seis kilómetros del centro de la ciudad. Por su aspecto, nadie se atrevía a acercarse y ni mucho menos a entrar. Excepto mi grupo de amigos y yo.

Fuimos la tarde de Halloween y, no voy a mentir, todos teníamos mucho miedo. Empezamos a andar desde el centro de la ciudad hasta llegar a dos metros de las puertas de la casa.

Discutimos para elegir al primero que entraría y, como nadie se ofrecía, lo hicimos a suertes. Le tocó a Max, un niño de mi edad, alto y delgado. Detrás de Max iba Lorena, otra niña de mi edad, de pelo rubio y 1,70 cm de altura. Seguidamente, iban Raquel, Bruno y yo. Todos de la misma edad.

Entramos mirando a todos los rincones con muchísimo miedo. Bruno, que iba el último, nos daba algún susto que otro y dábamos unos chillidos que hasta los pájaros se asustaban.

Cuando tan solo llevábamos tres minutos andando por un pasillo oscuro con muchas telarañas colgando, nos encontramos con un esqueleto en medio del pasillo. Lo saltamos por encima porque queríamos seguir nuestro camino, pero cuando saltó Bruno el esqueleto chilló y nos dio un susto de muerte. Nos cogimos de las manos muy fuerte; estábamos un poco arrepentidos de haber entrado.

—Seguid vuestro camino, pequeños...— dijo el esqueleto con voz terrorífica.

Nos giramos y volvimos a andar. Queríamos llegar a la salida del fondo del pasillo, que todo el mundo sabía que existía. Durante todo el rato notamos a una persona que nos seguía, pero nosotros no nos atrevíamos a girarnos.

Al cabo de diez minutos, vimos una luz. En nuestras caras se dibujó una gran sonrisa; el problema era que al llegar a esa luz que nos alegraba tanto, había tres pruebas que pasar.

En la primera, tenías que pasar por delante de dos robots con solo un metro de distancia entre ellos y que te podían dar con un hacha que subía y bajaba para intentar herir a la persona que pasara. La pasamos todos, aunque a Raquel casi le da en el pie con el hacha el segundo robot.

La segunda prueba consistía en poner la mano en un agujero lleno de telarañas durante tres minutos. Esa prueba era fácil, pero daba muchísimo asco. Todos la hicimos, pero terminamos con las manos llenas de telarañas.

Y en la última, tenías que pasar por cuchillos enganchados en la pared de un, dos y tres metros de longitud. Esta no la pasamos todos, a Lorena, un cuchillo le hizo un rasguño en el cuello que la dejó un poco inconsciente. La tuvimos que sacar de ese circuito entre Max y yo. Pasamos las tres pruebas, la puerta se abrió, subimos a Lorena a nuestra espalda y nos fuimos hasta el centro de la ciudad. Al llegar a la ciudad, Lorena ya estaba consciente. Fuimos a urgencias y le curaron la herida del cuello. Después de eso, nos fuimos a nuestras casas a descansar.

En ese momento, mi madre entró a la habitación para decirme que tenía colegio en una hora.


Miriam Sans Peig
Escola El Diví Mestre, Vilalba dels Arcs


*Conte premiat en la categoria de primària en el XI Concurs de microrelats de terror 2020, organitzat per la biblioteca de l'Institut Cristòfol Despuig.

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