Al despertar Albert Forés una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrase en su cama convertido en un extraño reptil. Su cuerpo ahora era comprimido y aplanado, de piel rugosa y escarpada, tenía cuatro patas con cinco dedos, tres hacia fuera y dos hacia dentro. Los dedos adyacentes fusionados entre sí, desembocaban en unas pequeñas garras al final de éstos, negras como el carbón que permitían en ellas ver reflejada parte de la luminosidad del calor de la mañana, que entraba por una pequeña ventana entreabierta, donde los pájaros cantaban bajo la luz del sol.
-¿Es un sueño?- se preguntaba Albert Forés.
-¿Puede ser un sueño de esos que no se puede distinguir de la realidad?
-¿Estoy ya despierto?- se repetía continuamente.
De repente algo sucedió. ¡Albert Forés estaba cambiando de color!
-¿Qué me está pasando?- Albert, inquieto y confundido, perplejo, ante una realidad que ahora, invadía su mente...
Albert quiso levantarse de su cama, pero ahora no era una tarea fácil, él era un pequeño reptil y su cama quedaba un poco lejos del suelo.
Cuando por fin su cerebro, ahora jefe, preso en su nuevo cuerpo controló con una semejante rapidez la coordinación de sus cuatro patas, pudo ver que éstas de una forma admirable, a pesar de ser algo pegajosas y formadas a modo fe ventosas, le permitían bajar de la cama de forma espeluznante, ahora, Albert sin tener que realizar un esfuerzo exagerado, podía vencer las leyes de la gravedad. De modo que bajó de la cama por el hierro del somier éste ya con ciertos años, hasta llegar al suelo. Por desgracia Albert no tenía familia y apenas trabajaba. La vida de Albert no fue fácil después de la muerte de sus padres y su hermana de cinco meses, cuando él tan solo tenía diez años. Albert desde entonces se había convertido en una persona bohemia y despreocupada, con una alma solitaria y triste. Sus ganas de vivir solo llegaban a él de forma intermitente, ése era el poder que le transmitía esa hermosa niña, la vecina que tantas noches ocupaba su cabeza y a la que tantas veces imaginó pequeñas escenas junto a ella, pero con un poco de suerte tan solo sus miradas se cruzaban.
-¿Y ahora qué?- se preguntaba Albert.
Lo último que Albert quería en ese momento era perder el único motivo que le daba vida y felicidad. Albert decaído empezó a subir por la pared que daba a esa ventana entreabierta y decidió salir a la calle.
-¿Qué más puedo hacer?- repetíase una y otra vez.
Ahora su pequeño cuerpo se movía con movimientos lentos y pesados, por el césped de su pequeño jardín, dicho cuerpo sorprendentemente acogía cualquier color de cada elemento que pisaba. Albert durante el camino que emprendió hacia la casa de la vecina a diez minutos a pie de un humano, a él le costó todo un día. Ya eran las once de la noche cuando Albert por fin llegaba, cansado y sudoroso, hambriento y desolado. Albert ahora con sus últimos esfuerzos subió por la pared y llegó a la ventana, y allí estaba ella otra vez... Albert ya muy cansado se durmió...
La mañana siguiente Albert notó en su piel el calor de la mañana y los pájaros volvían a cantar a la luz del sol. Albert se encontraba otra vez en la habitación pero ¡ahora ya no era un reptil!
-¿Había sido un sueño? ¿Tenía todo esto un significado?
Albert ese mismo día se puso tan elegante como puede ponerse uno, compró un ramo de flores y reservó una mesa en el mejor restaurante de la ciudad, cerca de la playa.
Albert se dirigía una vez más a esa famosa casa.
Albert Forés
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