27 d’abril del 2011

Un Quijote moderno

















El otro día me contaron una historia. Esa historia, no sé porqué, me recordó a Don Quijote, pero no exactamente como lo conocemos, sino que era un Quijote moderno y algo más joven. La historia empieza así:

Juan es un hombre normal, con un trabajo normal, que los fines de semana se dedicaba a ver el fútbol con sus amigos. Él trabajaba en la oficina y consumía muchas horas frente al ordenador. Su trabajo no era difícil y siempre tenía ratos libres en los que no sabía qué hacer frente a la pantalla. Un Martes, también normal como todos los otros, vio que Jordi, un amigo suyo que también pasaba muchas horas en la oficina, estaba leyendo un libro por Internet, para pasar el rato. Entonces Juan decidió probarlo, empezó con libros al azar, pero pronto se dio cuenta que su favorito era el género fantástico, ya que a poco a poco se había ido enganchando a aquel tipo de libros. Ya no sólo los leía por la pantalla, ya que se le cansaba la vista, empezó a comprarse novelas fantásticas y se las llevaba al trabajo. Así, al cabo de los días fue bajando el rendimiento notoriamente en el trabajo, ya que leía i leía, aunque se daba cuenta de que se estaba pasando, no podía dejar de leer aquellos maravillosos libros. Esto siguió así un mes, hasta que su jefe, dándose cuenta de eso, no tuvo otra opción que despedirle. Entonces Juan se encerró en casa, no salía, no comía no bebía… y se adelgazó mucho a causa de eso. Pasaba las horas leyendo más y más, tampoco dormía, ya que no podía parar de leer, hasta tal punto que le pareció que el exterior estaba lleno de monstruos y puertas fantásticas.

Un día, de repente, se armó de valor y decidió salir a la caza de aventuras, armado con el bastón de su abuelo muerto y con mantas a modo de coraza. Tan pronto salió, vio a una mujer normal y corriente cogiendo un taxi, entonces él se enamoró perdidamente de ella y empezó a correr a toda prisa hacia su dirección. La mujer se dio cuenta de que un hombre estrafalario corría hacia ella gritando ella, asustada, subió al taxi y el taxi se fue. El pobre hombre pensaba que el taxi era una especie de tortuga gigante y muy rápida, que había aprisionado a su bella princesa. Entonces, el hombre, loco y enamorado, la tomó con todos los coches, y especialmente con los taxis, que encontraba, que no eran pocos, a pesar de estar en las afueras de Barcelona. El hombre siguió luchando contra ese ejército infernal, hasta que una de esas diabólicas tortugas lo atropelló, el hombre quedó herido, no de gravedad, y un vagabundo, que lo había estado observando hace rato, fue a socorrerle.

El vagabundo no lo llevó al hospital porque temía que Juan hiciese alguna locura. Así, el pobre hombre lo cuidó como pudo hasta que al día siguiente, Juan recobró la consciencia. El hombre seguía en sus trece, y le agradeció mucho al otro sus atenciones y le pidió que fuese su escudero. El hombre, sorprendido, aceptó, pero por una simple razón: a él también le había sucedido algo parecido, se había vuelto loco, y aunque se había recuperado hacía ya un par de años, no había conseguido recuperar su vida normal, y estaba en la calle. El vagabundo lo llevó a la calle para intentar convencerle de que vivía en otro mundo y así empezaron a andar por zonas no muy transitadas, para comenzar, pero Juan seguía en sus trece, atacando a todos los coches, hasta que unos policías lo vieron repartiendo bastonazos y lo detuvieron, el vagabundo escapó y Juan fue llevado al cuartelillo, donde permaneció toda la noche, antes de llevarlo al psiquiátrico, donde al cabo de unos años dejó de vivir en ese mundo fantástico y pasó a vivir en el mundo real. Pero él, una vez curado, siguió haciéndose el loco para continuar allí, ya que la vida a fuera no sería lo mismo, como su amigo el vagabundo, y se quedó allí, alimentado y con cobijo durante el resto de su “normal” vida.

Pepe Herranz

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